jueves, 14 de enero de 2010

Inevitable

Puede que se le hubiera acabado la paciencia, o las ganas, o la ilusión... pero algo se le había acabado, además así de repente, sin pensarlo. Pero es que era inevitable.
Sentía diferente, que algo le había cambiado dentro y puede que no supiese ni que era.
Todavía le quedaba mucho por... no, olvidar no, digamos que le quedaba mucho por guardar, como cuando vas guardando cosas que ya no utilizas (sobre todo de cuando eres pequeño) y que no puedes tirar porque las tienes mucho cariño y te recuerdan momentos felices y entonces cuando las juntas las vas guardando en un baúl, ese enorme baúl amarillo donde estaba él, todas las canciones y aquella ciudad.
Le hubiera gustado que todo hubiese pasado de una forma diferente pero le aliviaba saber que iba a poder hacerlo... y sin odiarle, queriéndole un poco, sin olvidarle, recordando lo mejor, sin borrarle, pudiendo hablarle y contarle, sin llorar más y riéndose de sus cosas. Quería hacerlo sin resentimientos ni tiranteces, sin echarse nada en cara y alegrándose de lo bueno que le pasase al otro porque lo que quería es que fuese feliz y serlo también.
Por eso se quedaba en la lista de cosas por hacer, en ese cajoncito de los botones por coser, en la ventana que no cerró, la colada que no recogió y que la lluvia mojó, en la llamada que no le dio tiempo a contestar, en la lista de la compra, en la asignatura que aún no había aprobado, en el deseo que no se había cumplido, en el país que no había visitado y en la persona que aún no había conocido.


"Nada ni nadie lo ha previsto. Y de repente, el azar hace que aquellas dos miradas se crucen. Las neuronas se tensan, la respiración se comprime, la piel del alma se eriza.
Después, se inicia un baile de siete o cuarenta y siete velos, los que hagan falta. Dos mentes se van entrelazando, a veces con el filo hilo de la sinceridad, a veces desde la mentira untada de brea pegamentosa.
Luego, el compromiso, el contrato y, al poco, la rutina, ese espacio de horas descoloridas.
En una unión, sólo sirve, aguanta y sostiene lo que complementa. El complemento no sustituye, altera ni anula; al contrario, prolonga y completa las piezas de nuestro yo para reforzarlo y, en el mejor de los casos, enriquecerlo.
Buscamos prolongaciones, no mutaciones. Y sólo en la prolongación nuestro cerebro se extiende y encuentra su justo espacio, atmósfera y motivo.
Por eso las relaciones que restan, al final se dividen.
Por eso las que suman, siempre acaban multiplicando".
Se trata de prolongarse - Ángela Becerra.

BuonpomeriggiO*

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