viernes, 12 de marzo de 2010

Sal y arena

El mar de color negro con un ligero brillo plateado provocado por la luna. El mar y sus puntillas blancas que forman las olas al romperse en la orilla. El mar y su suave movimiento acompañado de aquel sonido y del delicioso olor a sal. El mar. Ella lo mira ensimismada desde el paseo marítimo que está iluminado. Ella, observando aquella infinita oscuridad mientras le espera. Se está retrasando. Se mira el reloj nerviosa... ¿y si no viene?
Dirige su mirada de nuevo a la playa y otra vez al reloj. Recorre el paseo marítimo con sus ojos, posando su mirada en los rostros de la gente, que ya es más bien poca. No está. Y ya es muy tarde.
De repente algo llama su atención, algo en la playa. Brilla. Algo que da luz en medio de toda aquella arena oscurecida por la noche. Fuego.
Cuatro antorchas que se han iluminado de repente en aquella playa, en una posición estratégica. No ve si hay alguien allí pero sí puede ver como decenas de velitas se van iluminando alrededor de las antorchas, como pequeñas estrellas de una constelación lejana.


Se acerca un poco más para poder comprobar que pasa allí abajo. Entre las cuatro antorchas hay una gran tela blanca que cubre la arena y por fin ve a alguien de pie sobre aquella tela iluminada.
Él, que la sonríe desde allí. Él, que le hace un gesto para que valla... "acércate". Él, iluminado por aquella ténue luz que palpita y baila al compás del viento, de aquella suave brisa.
Abre los ojos aún más mientras se acerca y él le tiende la mano para que pase a aquella casa sin paredes.
- Buenas noches, señorita - dice con muchas florituras, como si fuese aquel camarero de ese restaurante tan elegante al que fueron.
Ella le abraza de repente y le besa.
- ¡Valla! - ahora es él el que abre los ojos más y más.
- ¿Por qué has hecho todo esto? - pregunta emocionada.
- Para que te quedes aquí. Conmigo. Para siempre - le sonríe dulcemente con cara de niño, esa que ella tanto adora.
Se le llenan los ojos de lágrimas que no se deciden a salir y se las enjuga con los dedos temblorosos. Después sonríe.
- ¿Para siempre? - pregunta con la voz un poco quebrada.
- Sí, ¿qué te habías pensado? - dice levantando una ceja - ¿que te quería solo para una noche?, ¡yo no soy de esos! - bromea.
- Vale, vale... ¡no te ofendas! - ríe ella - entonces sí, para siempre.
Y se sientan y se miran, como nunca antes lo han hecho , con un brillo especial y con una luz distinta, con la del fuego que aún quema y da aquel olor tan especial.
Se ríen y se besan, se acarician y hablan. También hacen planes... al fin y al cabo, "para siempre" es mucho tiempo. Entonces ella se levanta.
- ¿Adónde vas? - pregunta él mirándola aún desde el suelo.
- A ninguna parte... solo voy a proponerte una cosa... - sonríe.
Se mueve despacio a su alrededor apagando las velitas con un leve soplido.
- ¿El qué? - pregunta intrigado sin parar de observarla.
- Pues... ¿recuerdas lo que hablamos sobre las fantasías hace ya algún tiempo?
Ya solo quedan encendidas las antorchas y ella está frente a él, de pie, mirándolo maliciosamente y mordiéndose el labio inferior.
- Sí... creo que sí... ¿lo de la bandera? - pregunta intentando recordar una de las tantas conversaciones que mantenía con ella. ¿Pero cómo olvidarlas? Las tenía archivadas en su cabeza para poder utilizarlas siempre y a veces, solo a veces, sorprenderla.
- ¡Eso es! - dice ella sonriendo.
- ¿Y bien...?
- Pues... yo hoy había traído una cosita... - coge su bolso del suelo y lo abre. De él saca una gran tela de colores por uno de sus picos y la extiende para que él pueda verla. Le sonríe pícaramente mientras él abre los ojos desmesuradamente.
- ¡La bandera! - exclama quedándose boquiabierto.
- Sí... - dice mientras toma un poco de arena del suelo y con ella apaga dos de las antorchas - y hoy, la vamos a utilizar.
Apaga las otras dos antorchas y la oscuridad les envuelve. Sus ojos se adaptan poco a poco y le mira. Aún está sentado en el suelo y no articula palabra, solo la mira asombrado.



Ella se enrolla la bandera al cuerpo y comienza a desnudarse lentamente sin que se vea nada. Se agacha junto a él y le desprende de su camiseta, él la ayuda mientras le envuelve con ella en la bandera. Ella tiembla levemente y le mira con cariño. Se besan lentamente, silenciosos, envueltos en aquella noche cerrada y en su oscuridad.
Ya no hay gente, ni farolas, ni paseo, solo ellos y el mar que ruge cada vez más fuerte como si les acompañase.
Ellos y el mar, la luna y la arena que se mueve curiosa con la brisa hasta su tela blanca, y la sal que se les pega al cuerpo como la bandera, con aquel olor a playa y a amor. Aquel dulce olor.

BuongiornO*

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